Después
de ver cómo caminan deprisa tras el cambio de luz
del semáforo, unos adolescentes enamorados me hicieron recordar que una vez
también lo fui. Por entonces era atleta y cursaba el tercer año de secundaria y,
casi todas las tardes iba a entrenar al estadio.
Nadie se propone a esa
edad algo determinado a menos que alguien te orille a hacerlo, pero cuando
sucede es porque uno camina ciego y es otro quien te quita esa venda. Alguien
vio en mí, cualidades de corredor, era de la altura del promedio, delgado, piernas
largas y flacas. Tú puedes correr, me dijo un profesor, te veo en el
estadio.
Cada tarde realizaba
ejercicios básicos de precalentamientos y luego otros, para luego ir a la pista
de tartán y correr.
Nos preparábamos para
la competencia interescolar, es complicado mantener la
concentración después de la primera vuelta y dábamos varias, algo aburrido.
En
invierno el amanecer aclara más tarde, cuando me acerqué al profesor estaba
acompañado por una señorita de contextura atlética,
tenía mi talla o por ahí, y empezó a entrenar conmigo solo que ella marcaba el
ritmo y tenía que seguirla en los ejercicios.
Después de la primera
semana el profesor estaba satisfecho de los resultados, sus comentarios con
respecto a la competencia me incluían con alcanzar alguna medalla. Me sentía
bien anímicamente, aunque durante las clases del colegio empezaba a demostrar cansancio.
Por otro lado, empecé a empatizar con mi entrenadora, hasta entonces no le
había preguntado su nombre hasta que le pedí su número de teléfono, para así
poder mensajear. Me llamo Liz, dijo después de dictarme el número.
Cada mañana
entrenábamos un rato, luego ella se iba a sus
entrenamientos particulares, no era corredora. Me caía bien. El profesor
decía que con cinco segundos menos estábamos dentro. Entonces por la tarde
tenía que conseguir reducir esa diferencia. Liz por las tardes no me
acompañaba, mi objetivo era personal, tenía que bajar mi marca.
Solo. Normalmente después de cada entrenamiento el profesor me daba algunas
indicaciones y me iba, pero una tarde tuve que limpiar mi zona de entrenamiento
y dejar algunas cosas en el gimnasio, fue ahí donde vi a Liz entrenando con un
saco de golpear, tenía el cabello recogido dejando lucir su estilizado cuello,
ella me vio y la saludé despidiéndome a la vez.
Estaba a mes y medio
de la competencia, Liz entrenaba cada mañana conmigo y por las tardes cada
quien entrenaba en solitario. El haber mejorado mi marca me daba algún respiro
de la rigidez del profesor, y calculando el tiempo para antes del final, me iba
al gimnasio a acompañar a Liz en lo suyo. No la interrumpía, solo esperaba a
que finalizara para ir a caminar y hablar.
Íbamos del estadio al
paseo cívico revisando nuestros facebook, riéndonos de lo gracioso que
encontráramos. Al llegar al arco era la despedida, hasta la mañana siguiente.
Solo que una tarde le robe un beso, me miró y me correspondió con otro. Liz
empezó a ser todo en mi universo. Era grandiosa su compañía y su manera de
besar. El profesor estaba tranquilo porque me decía, mantente así, ya estamos
dentro. Falto poco para las competencias. Tenía la marca adecuada, ahora solo
era mantener el ritmo y Liz me ayudaba con algunos ejercicios para fortalecer
los músculos de las piernas. Su entrenamiento de box le daba esa sabiduría para
esos fines.
Cuando ella sonreía,
yo pensaba que existía magia en su rostro, porque todo mejoraba. Por las noches
conversábamos de todo menos de amor, algo raro, pero finalizábamos con, tú me
gustas. Entonces dormir algunas horas y luego entrenar, ir al colegio y entrenar
y conversar con Liz.
No faltaba mucho
para la competencia y por indicaciones del profesor deje de entrenar por las mañanas, lo que me restaba horas para estar con
Liz, solo la veía al finalizar su entrenamiento y aunque dejó de entrenar sola
y la acompañaba un tipo musculoso, más alto. No le preste importancia, ella
también se esforzaba por mejorar. Y solo me quedó conversar con ella por los
mensajes de voz. Nos reíamos de todo, ella se burlaba de su compañero, lo
calificaba de amanerado. Nunca hablamos de amor. Finalizábamos cada
conversación con «tú me gustas».
Tenía mi marca
asegurada, tenía a Liz y también tenía fatiga. Pero estaba feliz, no hubiera
logrado nada sin la ayuda del profesor y sin Liz.
Por
recomendación del doctor tuve que dejar de entrenar por unos días, estaba a dos
semanas de la competencia y descansar no me caería nada mal. Conversaba con Liz
y todo era alegría. Después del descanso los entrenamientos fueron puntuales,
mi marca estaba bien y tenía confianza. Cerca de la hora para finalizar me iba
al gimnasio a buscarla e ir por la ruta. Ella me veía, sonreía y se
despedía. Solo que esa última vez que fui a recogerla su acompañante le
dijo algo cuando me vio llegar y ella me vio, sonrió, pero en vez de despedirse
de él, se me acercó y me despidió, con un simple,
hoy no puedo discúlpame,
hablamos más tarde. No hubo más tarde, porque no estaba
conectada. Nunca recibí respuesta. Empecé a cobijar dudas. Solo me quedaba
esperar hasta la tarde del día siguiente. Era mucho. Entonces dejé de entrenar
y solo esperé a que ella llegara. Algo furibundo me fui contra él, al verlo
llegar con ella, quise empujarlo pero me evadió y terminé tropezando. Liz me miró y se desconcertó, no dijo nada
y se marchó increpándome, qué te pasa. Entonces dejó de responder y me dejaba
en vistos los mensajes.
No entendía nada,
estaba a casi nada de la competencia y era ignorado por ella, el profesor
miraba su cronómetro, saludando mi buen ritmo. Vamos, con calma, me dijo, e
hice caso.
No había nada que temer, tenía que bajar las ansias, solo esperaba que fuera hora de mi turno. Tenía algo de miedo, nunca había competido, representaba al colegio y estaba en buena forma. Al salir a la pista, estaba concentrado, el calor era óptimo, éramos varios, eso llamó mi atención, pero no importaba, en las graderías coreaban mi nombre, y mis amigos me saludaban. Entonces, dan la señal y partimos. Mantenía mi ritmo y una buena ubicación, pero se me dio por levantar la mano cuando estuve cerca a la tribuna, sonriendo, y sin querer toda mi atención se perdió cuando vi a Liz besar a su compañero. Traté de no perder la concentración, antes de terminar por el segmento de la tribuna volví a levantar la mano y apreté todo lo que pude los músculos de las piernas, acelerando. Empecé a ganar espacio, la victoria era mía y corriendo ciego la imagen de ellos besándose me empezaba a perturbar; volví a apretar los músculos, por la cólera, los recuerdos en un vaivén vago se detuvieron en ese día cuando él susurró a ella algo y sin saber cómo tropecé, perdí el ritmo, entonces volví a apretar, no faltaba mucho para la meta, pero ya no estaba solo y vi como los demás avanzaban y yo no, relegándome.
No hay comentarios:
Publicar un comentario