viernes, 23 de marzo de 2018

HISTORIA DE EXITO


HISTORIA DE UN FRACASO

Después de ver cómo  caminan deprisa tras el cambio de luz del semáforo, unos adolescentes enamorados me hicieron recordar que una vez también lo fui. Por entonces era atleta y cursaba el tercer año de secundaria, y casi todas las tardes iba a entrenar al estadio.

Nadie se propone a esa edad algo determinado a menos que otro te orille a hacerlo, pero cuando sucede es porque uno camina ciego y te hecen el favor de quitarte esa venda. Alguien vio en mí, cualidades de corredor, era de la altura del promedio, delgado, piernas largas y flacas. Tú puedes correr, me dijo un profesor, te veo en el estadio.

Cada tarde realizaba ejercicios básicos de precalentamientos y luego otros, para luego ir a la pista de tartán y correr. Nos preparábamos para la competencia inter escolar, es complicado mantener la concentración después de la primera vuelta y dábamos varias, algo aburrido.

En invierno el amanecer aclara más tarde, cuando me acerqué al profesor estaba acompañado por una señorita de contextura atlética, tenía mi talla o por ahí, y empezó a entrenar conmigo, solo que ella marcaba el ritmo, y tenía que seguirla en los ejercicios.

Después de la primera semana el profesor estaba satisfecho de los resultados, sus comentarios con respecto a la competencia me incluían con alcanzar alguna medalla. Me sentía bien anímicamente, aunque durante las clases del colegio empezaba a demostrar cansancio. Por otro lado, empecé a empatizar con mi entrenadora, hasta entonces no le había preguntado su nombre hasta que le pedí su número de teléfono, para así poder mensajear. Me llamo Liz, dijo después de dictarme el número.

Cada mañana entrenábamos un rato, luego ella se iba a sus entrenamientos particulares, no era corredora. Me caía bien. El profesor decía que con cinco segundos menos estábamos dentro. Entonces por la tarde tenía que conseguir reducir esa diferencia. Liz por las tardes no me acompañaba, mi objetivo era personal, tenía que bajar mi marca. Solo. Normalmente después de cada entrenamiento el profesor me daba algunas indicaciones y me iba, pero una tarde tuve que limpiar mi zona de entrenamiento y dejar algunas cosas en el gimnasio, fue ahí donde vi a Liz entrenando con un saco de golpear, tenía el cabello recogido dejando lucir su estilizado cuello, ella me vio y la saludé despidiéndome a la vez. 

Estaba a mes y medio de la competencia, Liz entrenaba cada mañana conmigo y por las tardes cada quien entrenaba en solitario. El haber mejorado mi marca me daba algún respiro de la rigidez del profesor, y calculando el tiempo para antes del final, me iba al gimnasio a acompañar a Liz en lo suyo. No la interrumpía, solo esperaba a que finalizara para ir a caminar y hablar.

Íbamos del estadio al paseo cívico revisando nuestros facebook, riéndonos de lo gracioso que encontráramos. Al llegar al arco era despedida, hasta la mañana siguiente. Solo que una tarde le robe un beso, me miró y me correspondió con otro. Liz empezó a ser todo en mi universo. Era grandiosa su compañía y su manera de besar. El profesor estaba tranquilo porque me decía, mantente así, ya estamos dentro. Falto poco para las competencias. Tenía la marca adecuada, ahora solo era mantener el ritmo, y Liz me ayudaba con algunos ejercicios para fortalecer los músculos de las piernas. Su entrenamiento de box le daba esa sabiduría para esos fines.

Cuando ella sonreía, yo pensaba que existía magia en su rostro, porque todo mejoraba. Por las noches conversábamos, de todo, menos de amor, algo raro, pero finalizábamos con, tú me gustas. Entonces dormir algunas horas y luego entrenar, ir al colegio y entrenar y conversar con Liz.

No faltaba mucho para la competencia, y por indicaciones del profesor deje de entrenar por las mañanas, lo que me restaba horas para estar con Liz, y solo la veía al finalizar su entrenamiento, aunque dejó de entrenar sola, y la acompañaba un tipo musculoso y más alto. No le preste importancia, ella también se esforzaba por mejorar. Y solo me quedó conversar con ella por los mensajes de voz. Nos reíamos de todo, ella se burlaba de su compañero, lo calificaba de amanerado. Nunca hablamos de amor. Finalizábamos cada conversación con, tú me gustas.

Tenía mi marca asegurada, tenía a Liz y también tenía fatiga. Pero estaba feliz, no hubiera logrado nada sin la ayuda del profesor, y sin Liz.

Por recomendación del doctor tuve que dejar de entrenar por unos días, estaba a dos semanas de la competencia y descansar no me caería nada mal. Conversaba con  Liz, y todo era alegría. Después del descanso los entrenamientos fueron puntuales, mi marca estaba bien y tenía confianza. Cerca de la hora para finalizar me iba al gimnasio a buscarla e ir por la ruta.  Ella me veía, sonreía y se despedía. Solo que esa última vez que fui a recogerla su  acompañante, le dijo algo cuando me vio llegar, y ella me veía, sonreía, pero en vez de despedirse de él, se me acercó y me despidió, con un simple, hoy no puedo discúlpame, hablamos más tarde. No hubo más tarde, porque no estaba conectada. Nunca recibí respuesta. Empecé a cobijar dudas. Solo me quedaba esperar hasta la tarde del día siguiente, era mucho. Entonces dejé de entrenar y sólo esperé a que ella llegara. Algo furibundo me fui contra él, al verlo llegar con ella, quise empujarlo pero me evadió, y terminé tropezando. Liz me miró y se desconcertó, no dijo nada y se marchó increpándome, qué te pasa. Entonces dejó de responder y me dejaba en vistos los mensajes.

No entendía nada, estaba a casi nada de la competencia y era ignorado por ella, el profesor miraba su cronómetro, saludando mi buen ritmo. Vamos, con calma, me dijo, e hice caso.

No había nada que temer, tenía que bajar las ansias, solo esperaba que fuera hora de mi turno. Tenía algo de miedo, nunca había competido, representaba al colegio y estaba en buena forma. Al salir a la pista, estaba concentrado, el calor era óptimo, éramos varios, eso llamó mi atención, pero no importaba, en las graderías coreaban mi nombre, y mis amigos me saludaban. Entonces dan la señal, y partimos. Mantenía mi ritmo y una buena ubicación, entonces se me dio por levantar la mano cuando estuve cerca a la tribuna, sonriendo, y sin querer toda mi atención se perdió cuando vi a Liz besar al que era su compañero. Traté de no perder la concentración, antes de terminar por el segmento de la tribuna volví a levantar la mano,  y apreté todo lo que pude los músculos de las piernas, acelerando. Empecé a ganar espacio, la victoria era mía, y corriendo ciego la imagen de ellos besándose empezaba a perturbar, y volví a apretar los músculos, por la cólera, los recuerdos en un vaivén vago se detuvieron en ese día cuando él susurró algo, y me abalancé tropezando, en ese instante perdí el ritmo, entonces volví a apretar, no faltaba mucho para la meta, pero ya no estaba solo, y vi como los demás avanzaban y yo no, relegándome.

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