Me encontré. Sentado, rodeado de adolescentes que también estaban sentados y adormitados. Ahí, sin nada que me una al presente. Traté de reponerme frotándome los ojos como habitualmente se suele hacer cuando alguien está despertándose, volví a tener lo mismo, delante de mí y alrededor. Una pizarra, un profesor y adolescentes.
– Tengo un problema profesor.
Levantándome de mi silla, irguiéndome todo lo que pude como si no lo hubiera hecho desde hacía tanto.
– Qué le sucede a Ud.
Respondió el profesor, y todos ahí empezaron a mirarme extrañados.
– No recuerdo, ese es mi problema profesor.
El profesor acercándose, sorprendido y extrañado, me miraba como si lo que escuchó era una ofensa.
– Deje de hacerse el gracioso, y ponga atención. ¿Me entendió?
– Profesor, necesito que me ayude.
– Dígame, que no captó.
– Acabo de despertar, pero no sé de qué.
El profesor se alejó de la pizarra para acercarse hasta mí a paso marcial y con una ceja torcida, señal de que lo que dije no le pareció bien.
– Qué… usted me está tomando el pelo.
Volvió a preguntar qué me sucedía. Y volví a responderle lo mismo, me siento como que me he despertado de no sé qué. Tomándome del brazo, salimos.
– A dónde a vamos.
– Te llevaré con el coordinador, carajo.
– Pero no se enfade conmigo, yo estoy confundido.
– Mira muchachito, es mejor que te calles, porque no tengo paciencia.
– Por favor no le estoy jugando, no sé como explicárselo.
– Cállate, y no te separes. El coordinador te podrá ayudar.
– Ud. lo cree, me siento algo confundido.
– Mire, no se asuste, ni se haga nada anticipadamente. El coordinador sabrá qué hacer en el caso suyo.
Caminamos cruzando diagonalmente desde donde salimos al patio hasta una puerta que tenía un rótulo viejo que difícilmente se leía Coordinación, entramos y nadie estaba. Tomado del brazo me guió hasta un mueble viejo y algo empolvado y me sentó.
– Quédate aquí, ahora vendrá el coordinador.
El profesor dio media vuelta y cerró detrás de sí la puerta. Me levanté del asiento y revisé cada espacio ocupado en las paredes. Normalmente hay fotos de promociones egresadas, títulos académicos, cuadros de personajes, etc... etc., pero sólo habían cuadros con nada, unos marcos conteniendo fondos blancos, todos del mismo tamaño, uno al lado de otro, continuamente, dejando el mismo espacio entre ellos. Por lo demás, la habitación era muy común, anaqueles, libros y cosas.
Cada suceso tiene su razón de algún por qué. Seguí dando vueltas en la habitación y en una esquina y al lado de un estante, algo oculto, estaba un biombo plegado parcialmente; me acerqué cuanto más pude y percaté que la tela tenía estampado colores difuminados, confundidos entre sí, y sobre ellos, vagamente, los motivos orientales aparecían timidamente. Acerqué la mano a la tela contorneando las figuras con cierta sensación de admiración, presionando aun más la mano con la tela. Los grabados llamaban mi atención pero no me ayudaban a perder la extrañeza en la que me encontraba sumergido. Perdí la concentración al biombo abstrayéndome, perdiendo contacto a ese entonces. Recorrí el universo; desde hacía mucho que recorrer algo así, era una cotidianidad que me fue dada no sé si por el azar o por descuido del divino, pero era una de las formas que tenía para corregir un pasado olvidado. Qué pasado puedo tener en la adolescencia si no existe a ésta edad razón. La abstracción a su término siempre me sobresalta sacudiéndome, la tela del biombo cayó dejando descubierto un espejo que me reflejaba, y, mi sobresalto esta vez no fue inconsciente. No reconocí el reflejo. El cabello blanco amarillento, desordenado, y el rostro arrugado dijeron todo.
– Qué le sucede.
Me preguntó alguien desde la puerta, acercándose. En la mano llevaba una servilleta y terminaba de retirar los retos de migajas de su boca. Tenía un aspecto asqueroso aun llevando traje sastre.
– El profesor me llamó para que lo vea. Y, escúcheme, no lo repetiré nuevamente, si usted ha venido hasta acá es porque le ha sucedido algo extraño, que el profesor no ha podido solucionar y por eso me ha interrumpido, por lo tanto de no haber cosa parecida usted tendrá un castigo severo, entendido. Ahora, dígame que tiene usted, le duele algo. Él me dijo y me recalcó que usted no recuerda.
– Exactamente.
– Qué no recuerda. ¿Sabe cómo llegó aquí?
– No. Y no sé qué hago aquí.
– No recuerda nada, nada sobre cómo llegó aquí. Pero recuerda que salió de casa, recuerda a la última persona que vio.
– No.
– Déjeme decirle que usted está aquí desde hace un par de semanas.
– Qué. Cómo es posible eso, no recuerdo nada.
– Y desde que llegó no ha dicho nada. Usted entró una mañana saludó a todos cordialmente, se acercó a un aula, husmeó y tomó asiento sin más.
– No recuerdo.
– Se retiraba por la tarde, cuando todos se iban y regresaba nuevamente al día siguiente; su cordialidad cuando saludaba le ha permitido estar aquí. Naturalmente los profesores se incomodaban pero evitaron acercársele o hablarle. Al segundo día que volvió aparecer recomendamos a todos no hablarle, y sólo sí, si usted lo hacía primero.
– No sé que me esta contando. Nada de lo que ha dicho recuerdo. No sé que lengua hablo, y el telar de su biombo, siento que me es familiar. Las montañas, el río, el bosque.
– ¿Le recuerda a algo esos dibujos en la tela?
– No, solo que me es familiar.
– No sé cómo ayudarlo, he tratado... pero yo sólo veo algo difuso.
– ¿Usted me conoce?
– No, solo que una vez quise seguirlo cuando se retiraba en la tarde, pero le perdí el rastro por una esquina poco iluminada. Y cada vez, a sucedido de la misma manera.
– Es extraño darte cuenta del presente, de un presente, que aparece ante ti como ajeno.
– Por qué dice eso.
– No recuerdo nada, y cuando me veo, caigo más en el desconcierto.
El tipo volvió a coger su servilleta sucia y empezó a pasársela por la frente. Había recorrido toda la habitación varias veces. Sacudió la servilleta llevándosela a la nariz. Antes esnifó sus mocos que estaban a punto de caer. Se percató de la tarde que avanzaba.
– Usted no sabe cómo es que se iba y a dónde. Qué hará ahora que tiene conciencia de sí.
– Qué.
– Le pregunto que hará usted.
– No sé. Su pregunta me genera algo de mareos.
– Claro fíjese bien; antes sin conocimiento tenía un lugar a dónde ir. Pero ahora no.
– No lo sé. Quisiera no creer lo que me dice. Sólo sé (y trato de convencerme de ello) que la mente humana está más inmersa en la realidad que el cuerpo. Sólo puedo decirle que mi naturaleza no me puede abandonar. Es biunívoca la relación entre espíritu y mente.
– Qué. Déjese de cosas; usted no tiene a donde ir. O sí.
– No lo sé. Le repito que todo tiene un por qué. No me importa a dónde vaya esta noche. Ni en dónde pase la noche. Sólo míreme, no ve en mí a alguien que lo resiste todo.
– Eso no lo sé. En la noche hace un viento muy frío y la neblina cae en la madrugada.
– Pero qué le puede importar a usted eso, usted no es el que va a dormir afuera, sino yo.
– Pero me preocupo, tengo varios días de verlo y ahora que le conozco, siento como miedo de qué le pueda suceder.
– Disculpe que sea ingrato, pero no debería importarle.
– No, no. No permitiré que se vaya así.
– Mire, lo único que me interesa es recordar. Siento que acabo de despertar y lo único que me parece familiar es el telar del biombo. No sé por qué o cómo. Nunca es una palabra exacta para especificar mi situación. Nunca he estado aquí.
– Sabe, no pienso abandonarlo. Creo que está pasando algo terrible y hasta mañana no habrá no habrá manera de ayudarlo realmente. Mire lo llevaré a mi casa.
– Qué hace. No puedo ir a su casa.
– Sí, si puede. Yo lo estoy invitando.
– No puedo ir. No quiero incomodar a su familia con mi presencia.
– Descuide, vivo solo. Y no me incomodaré.
– Pero de todas formas no quiero ir. Usted es la primera persona que conozco y ya he me relacionado mucho. Sé que lo hace con mucha gentileza. Lo agradezco. Y no se preocupe.
– Deje de negarse a lo innegable. Vamos.
Salimos del lugar y caminamos muy poco. Nos detuvimos en una esquina, él detuvo un taxi. Le indicó la dirección al chofer y no dijo nada más. Durante el trayecto no hablamos de nada, ni mencionó nada. Me acomodé en el asiento y fijé la miraba al horizonte, el poco horizonte que había. El ocaso era espléndido y sentí algo de tristeza, nada se parecía a nada, en mi cabeza la extrañeza pervivía, jamás había estado por aquí.
– Deténgase ahí enfrente.
Recorrimos mucho desde la escuela. Abrió la puerta, él entró primero y empezó a prender las luces. Cerré la puerta detrás de mí. Avancé por un corredor hasta un primer ambiente.
– Este el hall. Este lugar no es muy grande. No te podrás perder. Comeremos algo y te mostraré dónde pasaras la noche.
– Sí.
Durante la cena no preguntó ni dijo nada. Luego de algunas cosas, que hizo me mostró dónde pasaría la noche. Encendió la luz del cuarto. La iluminación era muy fuerte y blanca que me hizo doler los ojos.
– Ahí tienes libros si gustas leer.
– No gracias. No sé si sepa o pueda.
– Aunque no lo creo. Ahí los tienes sin restricciones.
– Está bien.
– Trata de descansar. Buenas noches.
Cerró la detrás de sí. Luego de un momento oí otra puerta que se cerraba. Tomé un libro y lo empecé a ojear era uno sobre peces. Tome asiento al borde de la cama. Revisaba el libro. Un pestañeo y luego fue la luz blanca la que me despertó. Estaba enceguecido había mucha luz. Salí del cuarto, caminando sin hacer ruido, recorrí toda la casa. Me detuve en el patio mirando el cielo limpio y la luna, no me eran extraños. La familiaridad a los lugares no determina su conocimiento, sino, a la vaga referencia a una situación. Nuevamente entré a la casa y busqué su cuarto. Abrí la puerta que faltaba abrir y lo primero que vi fue un cuadro con grabados orientales. Me acerqué a la pared para verlo de cerca, me encontraba a la altura de la cabecera de la cama. El cuadro estaba sobre esta. Quise suponer que me era familiar, pero no. Lo miré atento al hombre. Alguien completamente desconocido y repulsivo. Recordé telar del biombo y miré el recuadro frente mío. No había parentesco, no existen casualidades. No tenía idea de quién era, y que hacía ahí o porqué. El hombre estaba durmiendo, me acerqué lo más que pude, muy silencioso. Tomé su cuello entre mis manos, pausadamente y con toda la ceremonia que puede generar esto, seguí mi comodidad. Despertó. Al verme, dijo algo como que estás asiendo o algo parecido y lo único y vago que recuerdo fue que le dije, te ayudo a despertar amigo.
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