martes, 20 de septiembre de 2011

Ganador en Cuento, el Buho 2011

Tengo a bien presentar a Denis Arias Chávez, que como narrador se cuaja poco a poco, y no lo exclamo yo, sino sus cuentos que por sí mismos nos hablan y nos cuentan su historia con un lenguaje verosímil y sin trabas. El cuento siguiente demuestra esas caracteristicas.


No es la Maricha                                

I

—Cómo te parece que el Rodolfo se llevó a la Maricha dizque porque su corazón le explotaba por ella. No hay nada que hacer, pues, cuando el hombre está templado, ni Diosito lo cambia.

—No hables tonterías —rezongó Vilma sosteniendo en alto el cucharón de madera —. Si la Maricha se fue con él fue porque también lo quería.

—Hay que ver como son los hombres —volvió a decir suelta de huesos Jacinta—. Solo te ven una noche y ya quieren matrimoniarse. ¡Ni siquiera preguntan si una las quiere! Ya después viene el amor, dicen.

Vilma posó sus ojos enrojecidos y cansados sobre Jacinta, soltó el cucharón y prorrumpió con enfado:

—¡Pero así es la cosa, hija!, y no te andes quejando como una puritana. Además, el Rodolfito es buen hombre, trabajador y buen mozo, con esos bonitos ojos que parecen de niño.

            —La verdad —contestó en voz baja Jacinta—, lo que dicen en el pueblo es que  la Maricha se escapó porque tenía en su barriga el pecado, y para que la gente no anduviese con habladurías, se buscó al primer cojudo que se cruzó en su camino.

            Se fugaron una mañana, antes de que el sol saliera y los delate. Se treparon al primer camión que los llevase hasta Tellería y allí esperaron el tren que venía de Huancavelica. El tren macho, como se le decía a esa hilera de vagones destartalados y a punto de reventar de viejo. Se tomaron un caldo de cabeza de carnero. Rodolfo, ansioso, con las manos húmedas y el rostro pálido del susto. La Maricha, en cambio, coqueta, conteniendo la barriga hinchada con las manos como si quisiera evitar que su wawa se le escurriera por debajo.

—¡Pobrecitos! —exclamó Vilma lanzando un escupitajo contra la pared—, se fueron para La Oroya en busca de una mejor vida.

—¿Mejor vida? —replicó enérgica Jacinta—, en busca de muerte habrás querido decir. La Oroya es un lugar terrible, lleno de humo que pica y de gente que te mira y escupe como llama. A morir habrás querido decir que se fueron.

—Quizá —continuó Vilma—, porque el Rodolfo pronto se hizo minero y hasta empezó a deformarse como ellos, dicen que temblaba como animal herido cada vez que veía pasar a los camiones cargados de mineral.

La Oroya los recibió hambrienta, con sus fauces humeantes y su lengua extendiéndose  como una inmensa alfombra de piedras. Las bestias llegaban de todas partes despertando con el ruido de sus ejes a la wawa que no hacía mucho acababa de nacer. La gente  vio a Maricha una tarde. Tenía acurrucada en su pecho a su wawa, mirando el horizonte cenizo y lloraba. La gente vio además un brillo de maldad en sus ojos. Podrían jurar que en su rostro se dibujaba la muerte.



—Dicen que le prometieron trabajo como estibador —añadió Vilma —, pero el patrón se hizo el desentendido y aunque Rodolfo fue a llorarle nada conmovió su corazón de tronco.

—¿Y qué hicieron? ¿Regresaron acaso? —preguntó apenada Jacinta.

—No. Insistieron un poquito todavía.

II

—La encontraron cerca del despeñadero de la empresa. Estaba desnuda y hablaba sola. La wawa estaba a su costado. No se movía y estaba fría como el granizo.

—¿O sea que estaba muerta?

—Así es. La Maricha aprovechó que Rodolfo no estaba y salió para el barranco y lanzó a la criatura. Ya después se arrepintió y descendió a buscarla, pero el bultito era todo sangre. Así que se quedó en el fondo de ese barranco, berreando como un animal.

—¿Y Rodolfo? ¿Qué hizo?

—Rodolfo lloró tanto como para llenar un puquial. Púchika, a pesar que no era su hijo, Rodolfo lloraba como si lo fuera. Era triste verlo, todo flaco como perro vagabundo, con las trazas de un mal hombre, zamaqueando el cuerpecito como queriendo revivirlo. Rápido fue el entierro. Dos lampadas, un padrenuestro y nada más. Maricha desapareció. Después nos enteramos que se fue en un camión Dios sabe para donde.

—¡Mentira! Yo la he visto en el pueblo. Parece un alma en pena rondando las chacras.

—No es la Maricha. Debe ser su alma que ha vuelto donde los suyos.

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