III
Gotas
grandes empezaron a humedecer el asfalto, el aroma de todo alrededor húmedo
empezó a asentarse y abrigar el ambiente, algo anterior termina y otro algo
reaparece y nuevamente, empieza la
marcha natural -sintió esa sensación extraña el teniente-; la única carretera,
como una serpiente se extendía por la explanada a un horizonte incierto más
allá del alcance de la garita de control, en la nada, compuesta por cerros
reverdecidos por la temporada; ni una casa, ni algún animal de crianza, ni algo
que los libre de algún temporal, estaban ahí por mandato y haciendo cumplir la orden
de evitar cualquier evento extraño o que pudiera parecer sospechoso, y estaban
alertos los tres desde que llegaron; la única vía era la que pasaba por delante
de la caseta, desde el comienzo solamente habían visto zorros, liebres, y sin
embargo, esa soledad que los envolvía los mantenía en zozobra; «Ahora mi teniente,
¿Qué hacemos?» susurró el soldado tratando de disimular el frío que
entrecortaba su voz y el cansancio que apesadumbraba su ánimo, «Tenemos que esperar, no se aflijan, nuestras informaciones no fallan» replicó el
Teniente de forma severa. Habían pasado varias horas en vela y nada ocurría
desde dos noches atrás, el teniente también sentía el cansancio en el cuerpo
como un gran peso encima que lo hacía perder el equilibrio, y así notó también
que sus soldados, cedían por momentos al influjo del sueño, y no les reclamó
nada, así que prefirió empezar a dar marcha al turno de descanso para mantener
el puesto de control con vigilancia, el soldado al que llamaban Treintainueve
fue el primero en descansar, luego seguiría el otro soldado, Pedro, y
finalmente descansaría él. «Mi teniente hábleme de las marujas de las que tanto
menciona, dónde queda», «mira, Pedro, escúchame –en tono paternal- esas son
huevadas que uno cuando las hace no guarda detalles del suceso, por lo tanto,
yo si alguna vez fui no me acuerdo…», el soldado lo miraba con atención de
alumno aplicado y se extrañó que le respondiera negativamente, «pero mi Teniente,
no tome a mal mi inquietud, esta es sana, ese popular nombre resulta llamativo
y la manera cómo lo dice Marujas,
jejeje je, despierta mucho la curiosidad, ya pues jefe, cuente al menos dónde
queda».
El
teniente lo mira de reojo sin perder la concentración de vigilar al frente,
dibujó una sonrisa a medio terminar.
(Sesión improvisada en un cuadrado con
aullidos. Moanin by Charles Mingus)
»
Hubo un tiempo en el que estuve por la zona oriental, algo lejos de todo,
pasando el río con bote, guiado por un lugareño, era algo entre la espesa
maleza, dónde ya se cree que la gente no transita por que no hay razón para
hacerlo, lo recuerdo bien, era una gran choza de carrizo sin pinta ni
ornamento, solamente rodeada por árboles, de donde salía una música agradable y
desconocida, acompañada de un olor a perfume mezclado con licor y humo de
cigarros, -suspira- olor que se me viene de pronto con sólo recordar, las marujas. Entre. Creo que no hay
mejor lugar para pasar buenos momentos, ahí la plata corre, va y viene, no
puedes ir sin plata, te botan, ahí no entran sapos ni culebras. Ahí no conoces
a nadie ni recuerdas a nadie, no puedes amigar ni… ni pensar en ello, te lo
advierten antes de entrar, el que no puede entrar, con un se dice«.
A
fuera desde ese rectángulo delimitador que era la ventana, el panorama amplio
en esa oscuridad comprometida con el silbido del viento, no delataba nada fuera
de lo común. «Parece que quiere llover, mi teniente» dijo como resoplando
Pedro. «Te parece, es la neblina la que se nos viene pronto y así empieza»
susurro el teniente, y lo dijo de un modo que no le agrado que lo
interrumpieran. «No jodas Pedro, escucha
primero».
»Todo
era un ambiente rústico, las mesas, sillas, la barra. Rústico y amplio, «Señoras y Señores. Ladies and gentleman,
bienvenidos sean, welcome to Marujas» dijo, sosteniendo un micrófono desde su
barra un negro con tintes morados, y un modismo peculiar y amanerado.
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