Suzuki Harunobu (1725-1770) Hombre y mujer recostados (museo Guimet, Paris) |
NOVELA PARA LLORONES
Abrazo. O una manera de graficarlo suavemente, pero no es así sino, aferrado a mi compañero, sobrecogido a llorar, esperando a que digan mi nombre o no. Por alguna razón eufórica siento tristeza y una insondable ansiedad. Quisiera mirar alguna estrella y contemplar el brío. Siento pena y ahogo, y agota; y quisiera estar triste pero estar triste como real como ser, y, solo es aparente la naturaleza de expresión, pero mis músculos del rostro están congelados y duelen, pero ansío la pena, ansío escuchar mi nombre por tu boca al alejarte, a prisa de caballos desbocados. Abrazados, uno junto a otro sin ninguna especulación de salvación en la incertidumbre, empiezo a recordar vagamente una dulce melodía que puede ser cualquier cosa al ritmo de la respiración de mi compañero, y estamos en silencio y miro el techo húmedo y roído, y nadie nos llama, esas manchas parecen olas que revientan en peñascos, y parece cierto porque siento el olor a sal, pero no es del mar, sino quizá de nosotros que transpiramos sin parar, agitados de tanta espera, y como que parece que faltase algo más de aire para estar mejor, pero no se puede pedir más, y seguiremos así hasta que tú lo digas y uno de nosotros salga y nadie sabrá si fue mejor o peor, hasta entonces nada es cierto, solo la sal y la ansiedad quebrantan. Caminar, eso pienso, eso evoco y miro adelante para que a uno no lo arroye algo, y en eso, pensar, en algo lejano como recordar una epifanía, y estar ahí, como estar en algún… pero lleno de palabras, una tras otra alejándote de la realidad en sí rozando un ideal, un imaginario, algo, finalmente que te da esperanza, como un calor de hoguera para mitigar el frío, y como estando lejos pienso en el brillo en tus ojos apagados, esperando a que florezcan, alejándose del dolor reflejado en tu mirada, y decaigo al contemplar su tristeza como reflejo en el agua y me veo y quiero no mirar en un imposible. Ceguera perpetua a la felicidad. Una bola de palabras y letras en mi cabeza que reúnen todo de todo y me hablan para nada. Nada me dice de ti o de otros, todo es una vaguedad de impulsos aparentes, nada resuelve o me lleva a un punto dónde pueda ser certero, estoy harto y cansado y solo. No sé qué espero o qué hago y trato de recordar el principio. La soledad abruma y disocia el contexto o el presente, pasos lejanos entran por debajo de la puerta y su eco toma cuerpo en el ambiente y se hace sólido y nítido alrededor nuestro, y su severidad nos golpea con el viento.
Te abres paso por nosotros, no importa si caemos de costado o nos pisas, que importa, estamos ahí, simplemente. No sueltas palabra alguna, nos miras, de frente nos miras, como si mirases cualquier cosa sin valor o desperdicio, pero tus ojos se tornan pensativos luego. Quisiera decir algo, pero me guardo todo, solo me incomoda que mi compañero no diga nada, no se mueva, no fastidie. Está petrificado, tus ojos lo petrificaron, tu voz congeló su espíritu, y tiene demasiado miedo hasta para moverse, o golpearme. A veces sus labios se mueven para soltar un alarido que empieza como un quejido y termina en un canto lánguido, silencioso.
Será de noche o será de día, siempre hay luz sobre nosotros. Qué esperaras saber, qué esperaras de nosotros, y no se me ocurre nada. solo tu estas ahí y nada existe, qué pena, qué tristeza, qué hay, qué nada.
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