martes, 3 de mayo de 2011

NOCTURNO EN PUERTO


Hace frío. La humedad no me es indiferente y siento un leve dolor en la espalda. La caleta está casi deshabitada, la luz tenue, las bancas mojadas, y las embarcaciones abajo en la penumbra. Un señor me pregunta la hora, y le respondo con un ademán: levanto a media altura y muestro mi muñeca sin reloj. El tipo avanza y solo espero que no sea delincuente. Algunas cosas siempre son nuevas, a pesar de no ser la primera ciudad porteña que visito; la diferencia, aquí trabajo.

No es más de las diez de la noche, y el movimiento en la plaza central aún tiene vida. Hombres sentados en las bancas mirando a las pocas chicas pasar, ellos les sonríen, ellas también; ellas están en el negocio.

Recorro algunas calles, con cierta cautela, y siempre encuentro calles que me recuerdan a Lima, de penumbra, paredes sucias, y con basura. La excitación me lleva a la necesidad de fumar.

Lejos de la caleta, pasando unos juegos infantiles, avanzo por una vereda que no tiene lumbre y siguiendo paso por una especie de muelle, una construcción que invade el mar, el horizonte es tétrico, y los autos por ahí pasan sin freno. Pero a pesar de lo que se puede sentir en ese lugar nada iluminado, es agradable.

Camino de regreso, puedo ser temerario, pero tengo algunos límites. En la plaza, un amigo de tiempo, me indica un lugar y vamos, dice que es un lugar bacán. De entrada, el olor ya frecuente de los night me son iguales, así como las luces rojas, mujeres en la barra, la mayoría lindas.

Nos tomamos unas jarras con un par de ellas, a él lo acompañaba una rubia, de tez blanca, voluptuosa. A mi lado Danae, de chica guapa, de bonitos labios, y también voluptuosa. Característica común aquí. Después de la segunda jarra, ellos algo acaramelados y en confianza, están colocándome algo incomodo. Danae  y yo nos levantamos, y fuimos a otra mesa, a seguir conversando. Ella me cuenta, que es estudiante de filosofía, en Arequipa, y yo me sorprendo algo pues también estoy en esa facultad, le digo que yo también estudio en ese mismo edificio. Entonces nuestra comunicación es más agradable, empezando a mencionar nombres populares de vacas sagradas, y a burlarnos de sus opiniones y posturas.

Seguíamos bebiendo, y a la vez riéndonos, jamás hubiera pensado que en un lugar así terminaría riéndome, y a la vez tener un grato momento de plática. Ella me preguntó cómo me llamaba, yo le dije Augusto, mucho gusto, respondió. Reímos. Vi la hora en el cel, y tuve que despedirme, nos miramos y me fui...

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