sábado, 24 de diciembre de 2022

COBALTO




por
Augusto Anibal Toledo


Sentada y llorando estaba Mery en una banca del parque cuando Ana la encontró. Su rostro compungido le dijo todo y no preguntó nada, solo la acompañó en silencio. Quería decir algo para consolarla, pero sabía bien que esas frases no servirían. La cogió de la mano, esperó.
 
La tristeza la embargaba, pero un cambio abrupto la empujó a Mery decir algo.

 —Te voy a explicar, los hombres creen que penetrar lo es todo, para muchas que no han conocido otra cosa que un acto sin fe, sin explosión, viven creyendo que eso es pasión y lo ven bien, sin más. Pero hay pocos…

 Ana la interrumpió delicadamente sin prestar atención a lo que oía.

 —Estás segura que quieres contarme eso (?).
 
—Hay pocos, los hay, hombres que saben moverse bien. —Mery hizo una pausa leve, sus palabras estaban cargadas de dolor y prefería expulsarlas— Te preguntarás qué fin tiene saber y más aún que yo te explique el por qué, pero es simple mi respuesta: te evito que tengas segundas malas experiencias, la primera lo dice todo, y te anticipa lo que vendrá.

 —¡Espera! Por qué me dices todo esto… —la interrumpió por segunda vez— todo este sufrir es por un hombre (?). No tienes por qué decirme nada.
 
Pausó un momento para tomar una respiración profunda, seguía con la mirada abajo como perdida, revisando cada recuerdo.
 
—Uhmmm… dejando de lado a los malos amantes e insignificantes viriles, pasaremos a mostrar algunas características significativas, pero fundamentales. Quiero decir que no es un mero acto repetitivo, sin sabor, sino otro completamente diferente e intuitivo.

Ana dejó que hablara, porque sin importar lo que dijera la acompañaría hasta que exputara todo lo que tenía dentro, para luego llevarla de regreso. Como si después de estar parada bajo la lluvia, Mery tenía el rocío de sus lágrimas alrededor de sus ojos.

—Él puede empezar encima y, tocar ligeramente los pezones con sus dedos, mientras los besa con su lengua alrededor de nuestros senos, —cada palabra expiaba su cuerpo— casi en un acto simultaneo va por nuestros costados como respirando nuestras orillas, y con sus manos presiona por segmentos como caricias fuertes, pero inquietantes antes de entrar por completo. Imagina, te sientes cómoda, estás en una habitación cualquiera de esta ciudad —sus ojos se cargaron nuevamente de lágrimas—, y él está mirándote completamente desnuda, aun así, entre el pudor de la vergüenza que se puede sentir está lo otro, la excitación que te genera la contemplación ajena —mientras más ahondaba en los detalles, sus palabras iban en un vaivén de tonalidades, pero aquello que decía no estaba dirigido para Ana, sino para ella misma, sin embargo, su compañía le permitía hablarse a sí misma y tener quién reaccione. Así lo sentía con sus manos abrazadas por las de Ana— y, como sentado él tiene sus piernas debajo de las tuyas que lo bordean, y lo ves a él y te atrae algo que no sabes qué, te mira directamente a los ojos y no te quita la mirada e ingresa su miembro grueso y largo y escuchas un leve exhalo y mirándote a los ojos ves un brillo, un resplandor que atrae mucho —sin poder contener más, sus lágrimas se deslizan por sus mejillas—, entonces, sientes que su respiración te va invadiendo, cadenciosa y profunda, al ritmo de la agitación de su cuerpo. —Por momentos su voz se quebraba dejando entrever que lo decía no era extraído de una lectura, sino que era parte de su memoria—. Escúchame, recuerda. Mientras está encima lo siento como algo ajeno que se vuelve muy mío, se mueve de lado a lado y su miembro cambia el movimiento en una fiesta de vaivenes ondulantes y el tiempo parece que se detiene, o simplemente, me desconecto de todo lo que sucede… —algunas lágrimas cayeron en sus manos—.

Ana la abrazó. Es tan difícil olvidar, pensó. La mala suerte, quizás, que a ella le haya tocado un hombre sin escrúpulos y la engañara como presa de un encantamiento. Ni siquiera como un amor de verano, o algo parecido que da en cualquiera de las estaciones. Así gira la suerte, la mala, y le cayó a Mery.

—Estamos así, mucho, él no deja de mirarme penetrando en mis pupilas y nos convertimos en uno, respirando al unísono, palpitando igual y él me contempla como leyéndome los gestos que me provoca el éxtasis y siento que estallaré de placer. Él se mueve violento, frenético como sabiendo lo que vendrá y se apega fuerte a mí, como un oleaje de las profundidades, sin dejarme espacio para el aliento y sin poder contenerme de una exaltación extraña, me estrujo, siento que no puedo contenerme, voy a llegar y gimo de placer, entonces, en la casi cegués siento su mano que suavemente me tapa la boca para controlar también ese grito de saciedad. Y, solo así, no puedo pensar. Solo luego de un momento vuelvo en mí y no quiero otra cosa que no sea más, aunque estoy rendida, me apego a su cuerpo en una maliciosa inocencia de ir provocándole en tanto va recuperando el vigor…

Mery volvió a llorar. Esto último despertó su dolor. No quería moverse. Ana le pidió ir a casa, o a cualquier lugar, pero fue en vano. La pena que fluía desde su interior la desconectaba del tiempo. Y como si entrara en trance estuvo callada, rígida. El viento de agosto las abrazaba.

 El deseo al final, después de todo, nos suprime como individuos, nos subyuga. Pero ¿acaso esto no nos corrompe? Lo que hace el deseo es marginarnos a una situación servil y contrapone ante esto a otro individuo abyecto. Uno no está sin el otro. Ana abrazaba a Mery sin decir nada. Solo a manera de paliar ese silencio y casi como un susurro le dijo:

 —No te preocupes.

Pero la memoria es como un acto reflejo, a veces siniestro, y nos revuelca en la hora inoportuna. Así fue para Mery ese día.

—Él toma mi mano mientras miramos la película, me abraza sin decir nada, miramos sin más, entregados a nuestro entretenimiento, estábamos sentados en un mueble que tenía un color exótico, algo como azul, pero de un tono diferente, que luego él me señaló que era color cobalto y era un mueble a pedido. Por una extraña razón ese color quedó prendido en mis pupilas, me gustaba y mucho. —Ana escuchaba sin mostrar sorpresa, movía sus brazos de arriba abajo en el abrazo— Estábamos así, casi toda la noche, hasta que me sobrevino algo de cansancio y sueño que él advirtió cuando di un bostezo, y me dijo para ir a su dormitorio y mirar la segunda película, pero al final no vimos nada, puso música y se acercó por detrás como abrazándome, acarició mi silueta y apretó mis caderas entre sus manos. Le pedí regresar a su nuevo sofá. Hicimos lo que hacen los novios, lo hizo muy bien, es un buen amante, paciente y animal, también. Llegué y me tapó la boca, de forma tierna. Después de dos semanas, que empezamos a salir lo empezó a hacer, de manera continua, se siente raro, pero me gusta. Y me ha confesado que le gusta estar dentro mío, sin hacer nada, pero abrazándome y luego se recuesta al lado y simplemente nos abrazamos. Estábamos desnudos, casi sentados, después del éxtasis que me produjo él, sentir la textura del mueble era una sensación que me llegó a gustar. Descansamos, y mientras, pienso, se mueve rico. Me mira y da un beso y otro en la frente, entonces, me voltea de costado y me agarra el cuello mientras lo hace, somos uno, vehementes sin freno, deseándonos mucho. Luego caemos rendidos como un par de plumas que planean en el aire, bajando lento. Dormimos.

 Ana no entendía por qué Mery le contaba detalles tan íntimos, antes no lo había hecho. Recién se enteraba que había salido con alguien. Era una situación extraña para ella, pero era su amiga y no importaba lo raro de la confesión. No siempre se debe esperar lo común, pensó.

 —Maldito desgraciado —dijo Ana.

—Qué... — Mery al escucharla fue como arrancada de su trance y miró a Ana —No digas eso, es un gran tipo.

—¿Qué! —dijo desconcertada— pero ¿acaso no te terminó?, no entiendo, no te entiendo. Explícate de una vez.

—Aún sigo con él.

—Entonces... cómo así estas aquí llorando como una Magdalena. ¿Qué ocurre?

—Es que no puedo controlarme...

—Aún no te entiendo. A qué te refieres con que no puedes controlarte. ¿Qué no puedes controlar?

—Lo veo a él como un objeto que me place y lo necesito, pero es tan bonito todo que al igual que las cosas perderá su encanto y luego viene esta tristeza sin razón... por raro que te parezca, es como su mueble de color cobalto, tiene un encanto, que ahora me gusta y necesito, no me importa lo que vendrá mañana.

Ana escuchó sin más, sin refutar, ni decir cualquier cosa. Espero al lado abrazándola y no entendía nada, pero la idea del sillón, iba y venía como un vaivén, mientras lo asimilaba, y tal vez todo era así como un objeto a pedido al gusto, completamente para uno y sus utilidades.

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