domingo, 4 de marzo de 2018

WALTZ




WALTZ 

            Parece que no puedo. No hay dónde ni cuándo, porque al parecer (aunque ya es certero) las cosas persisten en seguir y sé que no puedo. Ahí, junto a la mesa de centro, desbordada de revistas y diarios viejos, bajo la penumbra, necesitan de una lámpara que los alumbre, señalándolos constantemente, mientras sigo con mi cuaderno, garabateando hojas y escribiendo todas las palabras que no pude retener el significado. Aquí, antes que sentarme en el absoluto ante mí, que parece que me observa, que me esquiva la mirada yendo hacia los lados más próximos, olvidando y o estando presente. Desaparece. No sé cómo calmar esta euforia improcedente que recorre y me induce a dar un brinco único a la cama, y recostado esperar maniatado a las sabanas a que pase toda la envestida que va en una sensación extraña como ser pisado por una estampida de toros degollados.

            Las revistas y diarios en lo oscuro, están por todos lados, rodeándome, imágenes en blanco y negro de áspero brillo, mostrando en la claridad de la noche, sonrisas, informes sonrisas, encías obesas, rostros filosos y, oblongos como llenos de pus, devoran el temor que brota de mis poros ahí en la soledad vívida, sonrío endemoniado. Brotan a la luz los detalles despreciables de la generación.


El ruido es estertóreo. Este piso es distante del suelo, de los demás pisos, de la calzada, las veredas y los parques. El sol está oculto entre dos dedos. No puedo contenerlo, detenerlo.


Una lámpara hace falta junto a la mesa de centro. De pie cavilando si avanzar o derrumbarme, si modificar lo que no he modificado nunca; todo lo que me rodea está. Avanzar o derrumbarme, parece difícil dar respuesta. Y si sobre la cama es distinto, embargándome en los sueños, colgando de un árbol que recuerdo lleno de manzanas maduras, de ramas tupidas de un verde oscuro, y la fauna salvaje y temible estaba pendiente de si caía. No lejos, una figura, una hiena contempla una rosa lila y creo que llora y expele un aroma extraño, encantador. El animal camina alrededor de la flor en círculo, acerca su hocico a los pétalos lacrimosos y los acaricia levemente tratando de sosegar el llanto. Quise tapar la imagen pero me invadió la tristeza del aroma, del bello monstruo. La hiena en el intento de calmar el dolor, también su dolor que hiere su espíritu, de manera tierna rodea la rosa asiéndola a su cuerpo, no impidiendo que las espinas se le incrusten. Ajena a sus heridas riega sus lágrimas alrededor de la flor y la acompaña. Raíces empiezan a envolver el cuero que no da resistencia, y lo arrastran al subsuelo. La rosa no deja de llorar. No pude gritar invadido de silencio.


Sobre la cama no me surgen las fuerzas para levantarme. Hay muchas cosas tiradas por la habitación. Los pósteres de cuadros de Van Gogh están rotos dispersos por la entrada y no tienen reparación, algunos fragmentos se perdieron por la brisa fría que escapa por debajo de la puerta. Los girasoles están intactos para la preservación de la pinacoteca.


— Ja ja ja jo — no hay dónde ni cuándo, no tengo visitas, teléfono que fastidie y perturbe. Este ambiente está fuera... lo sé.



1

             Quizá después del gran salto, en el vuelo a cualquier parte, me preguntaré por los objetos, en cómo quedaron, en cómo estarán todos los que me acompañaron durante una estancia sin gloria, llenas de suspiros y olor a tabaco. Los objetos persisten. Pronto he de emprender el vuelo y es por ello que quizá la sonrisa de mi rostro se dibuja y desdibuja. A dos metros frente está la mesa con los escritos que narran algunos pasajes de mi recorrido por este cuarto, de cómo escapé de las lanzas luminosas de la ventana rabiosa, de cómo sobreviví a la oscuridad absoluta y hambrienta de gente que respira, o de cómo huí y maté los sueños absorbentes que batieron mis fuerzas largamente y pude escapar a otro terrible, desesperanzado y sin rostro. Pronto vendrán las alas a mí. El horizonte se hace finito. Vislumbro los amorfos tiempos nuevos.

              Dentro de un cuadro, en una habitación luminosamente púrpura, mientras llovía sobre los que morían forjando un grupo eternamente muriente por alguna causa que relevantemente era triste, absolutamente anónima, las causas se proyectarán injustas y el valor será inconsistente. Los objetos quedarán abandonados, más de lo que ya estaban, por ello antes de emprender el vuelo haré una plegaria profana para que persistan, fuertes. La pregunta vendrá a mí eternamente, qué será luego. Porque su sangre, sus heridas se confundirán con el vino tinto que cayó sobre ellos como lluvia. El susurro de los árboles acompasa el recorrido serpenteante de la autopista por donde algunas flores gigantes alumbran como farolas, haciendo que la noche no sea completa hasta que los autos funerarios hayan pasado por completo. El silencio era inaudible.


2

         Las horas liberaron un juego insostenible y malicioso, puedo decir que está libre ‘aparentemente’ en una rutina, más aún no estoy seguro. Estoy casi mudo, casi, porque mi mente aún persiste en hablar, una afección a las cuerdas vocales me impide articular sonidos, debido a una importante cantidad de plumas que quisieron pasar a la fuerza por mi boca y no pudieron. No sé por qué de repente recuerdo “menosmalmente” qué significa y a quién está dirigida y por qué la recuerdo ahora, menosmalmente, involucionadamente extraño, de dónde procede ese término, en qué etapa del hombre surge y porqué tiene que pronunciarse en tono rítmico. Alrededor de qué. Menosmalmente distraído, menosmalmente quieto, menosmalmente cierto, menosmalmente vivo. Hay cosas que son indescifrables, pero no tienen importancia, por eso siempre persistimos, ahora, en preguntárnoslo. Como luces amargas que nunca dejarán que estemos en un lugar a oscuras.


3

          Sólo  hay sol, pero porqué justo aquí. No tenemos idea de porqué estamos de pie, y porqué cuando estamos (en las ocasiones) sentados hacemos zaping cada diez minutos para luego ponernos de pie. Estamos (junto con mi sombra) consternados de los cambios que sufren nuestros universos y vemos horrorizados como el otro se transforma como monstruo. Nosotros no queremos caminar juntos porque nos abochornamos mutuamente sin saberlo. Decimos uno del otro que es producto y consecuencia de la luz, que no apagamos porque desapareceríamos espontáneamente. Ninguno de nosotros sabe de la realidad de sí mismos, si nos perciben es por que hablamos al unísono. No es cotidiano esa cualidad. Hacemos zaping porque el control remoto no tiene el botón de power on/off y eso hace que la acción de apagado sea manual, que no hacemos y no reflexionamos en ello simplemente por que la acción es fácil y mecánica, porque luego con la televisión apagada la costumbre del zaping desaparece, obligándonos a movernos, contrariando las costumbres establecidas por el tiempo. Nosotros nos vemos frente a frente, ninguno de los dos puede soportar ver algo del otro en sí mismo; nosotros caminamos juntos emocionalmente unidos y físicamente distantes.


4

          -Qué ocurrirá luego- aquella incertidumbre devoraba. Era posible todo. La paz no existe. Conceptos casi todos intransigentes que nacen de una anoréxica forma de vida, de una oculta historia muerta. Nada, nada, nada, -Qué ocurrirá luego- el sillón azul estaba frente a la ventana entre penumbra y la luz de calle, Mario seguía con la mirada el horizonte por la calzada, y trataba de recordar. Acariciaba una vaca de felpa que perteneció a su hija Martta. Bebía medianos sorbos de cognac y en cada intervalo daba bocanadas dilatadas, tratando en vano hacer figuras con el humo. Había dejado todo pendiente para ir ha refugiarse al sillón, tocando en la radio un disco de Rajmaninov. La música puede destruir. Qué no destruye ahora, decía sin prestar importancia a sus palabras, las personas cercanas a él no comprendían su forma de actuar, y luego su forma de vida. Él también estaba destruido. Había dejado todo lo concerniente al trabajo dejando en el aire a Don Eduardo que le estaba esperando en la cafetería Valenzuela, a unas cuantas cuadras de su casa. Completamente despreocupado ojeaba a cada momento su reloj, fumando y bebiendo cognac. A ratos volvía el rostro a su derecha y contemplaba el retrato de Margot en una repisa, y recordó. Vino la niebla por el horizonte, desbocada, y fue extraño, era julio y el sol era pleno y el cielo estaba totalmente limpio, la niebla se esparció en toda la calle, las bocanadas se hicieron invisibles. La habitación estaba ahogada por la melodía, y del silencio bullía intempestivamente notas musicales frenéticas. Don Eduardo estaba esperando por más de una hora, bebiendo la segunda variedad de café express, revisando revistas y diarios pasados, se preguntaba qué podía haberle sucedido, seguía sorbiendo su café, ahora cómo ubicarle, por dónde empezar, la hora  no desprendía pista alguna de algún posible paradero. Al terminar salió del local sabiendo que no vendría, quería ir a casa de Mario pero sospechó que no estaría allí también. Parado en la vereda sintió que su cuerpo era recorrido por una energía incontrolable que le escozaba los músculos, corría viento, y no tenía anotado asunto pendiente para esa hora en su agenda, empezó a revisarla y al corroborar que no había nada sintió un punzón que lo asió desubicado y  abandonó desvalido, como extraviado miró las calles, y yendo, empujado por la corriente del fresco tomó la dirección que seguía el viento. El humo adoptó un perfume extraño viciando el aire de la habitación, siendo denso y viscoso. La niebla era impresionante en tan corto tiempo, no dejaba ver nada, Mario despreocupado intentaba hacer figuras con el humo, después de tragar cognac. Miraba el horizonte por la ventana como si no hubiera niebla, y sonreía de contento. Con un moviendo brusco arrojó la vaca de felpa hacia el retrato de Margot que le miraba e intento hacer un corazón como en las caricaturas y no pudo resistir a sentirse triste después de ver, que siempre se formaron, el corazón y demás figuras que estaban flotando delante, entre la niebla alrededor. La melodía era intensa y fuerte, el disco giraba por segunda vez las pistas. Había humo en la habitación y nada se podía ver. Había mucha gente apresurada en dirección contraria como huyendo de lo que les deparaba el final del recorrido del viento, Don Eduardo los miró por encima del hombro, y caminó en contra. Sabía que no siempre la muchedumbre llega al lugar correcto, miró al horizonte cegado por el sol, y fue haciendo hora siguiendo al viento, para seguir luego el ritmo correcto, anotado en su agenda.

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