Parece
que no puedo. No hay dónde ni cuándo, porque al parecer (aunque ya es certero)
las cosas persisten en seguir y sé que no puedo. Ahí, junto a la mesa de
centro, desbordada de revistas y diarios viejos, bajo la penumbra, necesitan de
una lámpara que los alumbre, señalándolos constantemente, mientras sigo con mi
cuaderno, garabateando hojas y escribiendo todas las palabras que no pude
retener el significado. Aquí, antes que sentarme en el absoluto ante mí, que parece
que me observa, que me esquiva la mirada yendo hacia los lados más próximos, olvidando
y o estando presente. Desaparece. No sé cómo calmar esta euforia improcedente que
recorre y me induce a dar un brinco único a la cama, y recostado esperar maniatado
a las sabanas a que pase toda la envestida que va en una sensación extraña como
ser pisado por una estampida de toros degollados.
Las
revistas y diarios en lo oscuro, están por todos lados, rodeándome, imágenes en
blanco y negro de áspero brillo, mostrando en la claridad de la noche, sonrisas,
informes sonrisas, encías obesas, rostros filosos y, oblongos como llenos de pus,
devoran el temor que brota de mis poros ahí en la soledad vívida, sonrío
endemoniado. Brotan a la luz los detalles despreciables de la generación.
El
ruido es estertóreo. Este piso es distante del suelo, de los demás pisos, de la
calzada, las veredas y los parques. El sol está oculto entre dos dedos. No
puedo contenerlo, detenerlo.
Una
lámpara hace falta junto a la mesa de centro. De pie cavilando si avanzar o
derrumbarme, si modificar lo que no he modificado nunca; todo lo que me rodea
está. Avanzar o derrumbarme, parece difícil dar respuesta. Y si sobre la cama es
distinto, embargándome en los sueños, colgando de un árbol que recuerdo lleno de
manzanas maduras, de ramas tupidas de un verde oscuro, y la fauna salvaje y
temible estaba pendiente de si caía. No lejos, una figura, una hiena contempla
una rosa lila y creo que llora y expele un aroma extraño, encantador. El animal
camina alrededor de la flor en círculo, acerca su hocico a los pétalos lacrimosos
y los acaricia levemente tratando de sosegar el llanto. Quise tapar la imagen
pero me invadió la tristeza del aroma, del bello monstruo. La hiena en el
intento de calmar el dolor, también su dolor que hiere su espíritu, de manera
tierna rodea la rosa asiéndola a su cuerpo, no impidiendo que las espinas se le
incrusten. Ajena a sus heridas riega sus lágrimas alrededor de la flor y la
acompaña. Raíces empiezan a envolver el cuero que no da resistencia, y lo
arrastran al subsuelo. La rosa no deja de llorar. No pude gritar invadido de
silencio.
Sobre
la cama no me surgen las fuerzas para levantarme. Hay muchas cosas tiradas por
la habitación. Los pósteres de cuadros de Van Gogh están rotos dispersos por la
entrada y no tienen reparación, algunos fragmentos se perdieron por la brisa
fría que escapa por debajo de la puerta. Los girasoles están intactos para la preservación
de la pinacoteca.
—
Ja ja ja jo — no hay dónde ni cuándo, no tengo visitas, teléfono que fastidie y
perturbe. Este ambiente está fuera... lo sé.
1
Quizá
después del gran salto, en el vuelo a cualquier parte, me preguntaré por los
objetos, en cómo quedaron, en cómo estarán todos los que me acompañaron durante
una estancia sin gloria, llenas de suspiros y olor a tabaco. Los objetos
persisten. Pronto he de emprender el vuelo y es por ello que quizá la sonrisa
de mi rostro se dibuja y desdibuja. A dos metros frente está la mesa con los escritos
que narran algunos pasajes de mi recorrido por este cuarto, de cómo escapé de
las lanzas luminosas de la ventana rabiosa, de cómo sobreviví a la oscuridad
absoluta y hambrienta de gente que respira, o de cómo huí y maté los sueños
absorbentes que batieron mis fuerzas largamente y pude escapar a otro terrible,
desesperanzado y sin rostro. Pronto vendrán las alas a mí. El horizonte se hace
finito. Vislumbro los amorfos tiempos nuevos.
Dentro
de un cuadro, en una habitación luminosamente púrpura, mientras llovía sobre los
que morían forjando un grupo eternamente muriente por alguna causa que
relevantemente era triste, absolutamente anónima, las causas se proyectarán
injustas y el valor será inconsistente. Los objetos quedarán abandonados, más
de lo que ya estaban, por ello antes de emprender el vuelo haré una plegaria
profana para que persistan, fuertes. La pregunta vendrá a mí eternamente, qué
será luego. Porque su sangre, sus heridas se confundirán con el vino tinto que
cayó sobre ellos como lluvia. El susurro de los árboles acompasa el recorrido
serpenteante de la autopista por donde algunas flores gigantes alumbran como
farolas, haciendo que la noche no sea completa hasta que los autos funerarios
hayan pasado por completo. El silencio era inaudible.
2
Las
horas liberaron un juego insostenible y malicioso, puedo decir que está libre ‘aparentemente’ en una rutina, más aún no
estoy seguro. Estoy casi mudo, casi, porque mi mente aún persiste en hablar,
una afección a las cuerdas vocales me impide articular sonidos, debido a una
importante cantidad de plumas que quisieron pasar a la fuerza por mi boca y no
pudieron. No sé por qué de repente recuerdo “menosmalmente” qué significa y a quién está dirigida y por qué la
recuerdo ahora, menosmalmente,
involucionadamente extraño, de dónde procede ese término, en qué etapa del
hombre surge y porqué tiene que pronunciarse en tono rítmico. Alrededor de qué.
Menosmalmente distraído, menosmalmente quieto, menosmalmente cierto, menosmalmente vivo. Hay cosas que son
indescifrables, pero no tienen importancia, por eso siempre persistimos, ahora,
en preguntárnoslo. Como luces amargas que nunca dejarán que estemos en un lugar
a oscuras.
3
Sólo hay sol, pero porqué justo aquí. No tenemos
idea de porqué estamos de pie, y porqué cuando estamos (en las ocasiones)
sentados hacemos zaping cada diez minutos para luego ponernos de pie. Estamos
(junto con mi sombra) consternados de los cambios que sufren nuestros universos
y vemos horrorizados como el otro se transforma como monstruo. Nosotros no
queremos caminar juntos porque nos abochornamos mutuamente sin saberlo. Decimos
uno del otro que es producto y consecuencia de la luz, que no apagamos porque
desapareceríamos espontáneamente. Ninguno de nosotros sabe de la realidad de sí
mismos, si nos perciben es por que hablamos al unísono. No es cotidiano esa
cualidad. Hacemos zaping porque el control remoto no tiene el botón de power
on/off y eso hace que la acción de apagado sea manual, que no hacemos y no
reflexionamos en ello simplemente por que la acción es fácil y mecánica, porque
luego con la televisión apagada la costumbre del zaping desaparece,
obligándonos a movernos, contrariando las costumbres establecidas por el
tiempo. Nosotros nos vemos frente a frente, ninguno de los dos puede soportar
ver algo del otro en sí mismo; nosotros caminamos juntos emocionalmente unidos
y físicamente distantes.
4
-Qué ocurrirá luego- aquella
incertidumbre devoraba. Era posible todo. La paz no existe. Conceptos casi
todos intransigentes que nacen de una anoréxica forma de vida, de una oculta
historia muerta. Nada, nada, nada, -Qué ocurrirá luego- el sillón azul estaba
frente a la ventana entre penumbra y la luz de calle, Mario seguía con la mirada
el horizonte por la calzada, y trataba de recordar. Acariciaba una vaca de
felpa que perteneció a su hija Martta. Bebía medianos sorbos de cognac y en
cada intervalo daba bocanadas dilatadas, tratando en vano hacer figuras con el
humo. Había dejado todo pendiente para ir ha refugiarse al sillón, tocando en
la radio un disco de Rajmaninov. La música puede destruir. Qué no destruye
ahora, decía sin prestar importancia a sus palabras, las personas cercanas a él
no comprendían su forma de actuar, y luego su forma de vida. Él también estaba
destruido. Había dejado todo lo concerniente al trabajo dejando en el aire a
Don Eduardo que le estaba esperando en la cafetería Valenzuela, a unas cuantas
cuadras de su casa. Completamente despreocupado ojeaba a cada momento su reloj,
fumando y bebiendo cognac. A ratos volvía el rostro a su derecha y contemplaba
el retrato de Margot en una repisa, y recordó. Vino la niebla por el horizonte,
desbocada, y fue extraño, era julio y el sol era pleno y el cielo estaba
totalmente limpio, la niebla se esparció en toda la calle, las bocanadas se
hicieron invisibles. La habitación estaba ahogada por la melodía, y del
silencio bullía intempestivamente notas musicales frenéticas. Don Eduardo
estaba esperando por más de una hora, bebiendo la segunda variedad de café
express, revisando revistas y diarios pasados, se preguntaba qué podía haberle
sucedido, seguía sorbiendo su café, ahora cómo ubicarle, por dónde empezar, la
hora no desprendía pista alguna de algún
posible paradero. Al terminar salió del local sabiendo que no vendría, quería
ir a casa de Mario pero sospechó que no estaría allí también. Parado en la
vereda sintió que su cuerpo era recorrido por una energía incontrolable que le
escozaba los músculos, corría viento, y no tenía anotado asunto pendiente para
esa hora en su agenda, empezó a revisarla y al corroborar que no había nada
sintió un punzón que lo asió desubicado y
abandonó desvalido, como extraviado miró las calles, y yendo, empujado
por la corriente del fresco tomó la dirección que seguía el viento. El humo
adoptó un perfume extraño viciando el aire de la habitación, siendo denso y
viscoso. La niebla era impresionante en tan corto tiempo, no dejaba ver nada,
Mario despreocupado intentaba hacer figuras con el humo, después de tragar
cognac. Miraba el horizonte por la ventana como si no hubiera niebla, y sonreía
de contento. Con un moviendo brusco arrojó la vaca de felpa hacia el retrato de
Margot que le miraba e intento hacer un corazón como en las caricaturas y no
pudo resistir a sentirse triste después de ver, que siempre se formaron, el
corazón y demás figuras que estaban flotando delante, entre la niebla
alrededor. La melodía era intensa y fuerte, el disco giraba por segunda vez las
pistas. Había humo en la habitación y nada se podía ver. Había mucha gente
apresurada en dirección contraria como huyendo de lo que les deparaba el final
del recorrido del viento, Don Eduardo los miró por encima del hombro, y caminó
en contra. Sabía que no siempre la muchedumbre llega al lugar correcto, miró al
horizonte cegado por el sol, y fue haciendo hora siguiendo al viento, para
seguir luego el ritmo correcto, anotado en su agenda.